La crítica profética del papa Francisco a la inteligencia artificial: ética, humanidad y fe en el siglo XXI

La crítica profética de Francisco a la inteligencia artificial: ética, humanidad y fe en el siglo XXI
Por Santiago Carretero Sánchez
25 de abril de 2025

En un contexto global marcado por la aceleración del desarrollo tecnológico, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en uno de los principales vectores de transformación social, económica y política. Sin embargo, no todas las voces se suman al entusiasmo tecnocrático que muchas veces domina el discurso público. Hoy, 25 de abril de 2025, Cadena SER ha publicado un artículo de opinión profundamente significativo que rescata el pensamiento crítico del recientemente fallecido Papa Francisco respecto a los desafíos éticos que plantea la IA. Este posicionamiento, lejos de ser marginal, invita a una reflexión profunda desde el humanismo, la ética y el derecho. Defendía el humanismo tecnológico y por eso lo traemos a colación.

El Pontífice, en sus últimos años, no rehuyó el debate tecnológico. Muy al contrario, asumió un papel activo en la conformación de un marco ético universal que orientara el desarrollo de la IA hacia fines verdaderamente humanos. Francisco interpeló con lucidez a científicos, programadores y líderes políticos: ¿servirá esta tecnología para fortalecer el bien común o, por el contrario, ampliará las ya insoportables brechas de desigualdad? ¿Estará al servicio de la dignidad humana o derivará en formas de control, vigilancia o manipulación incompatibles con una antropología respetuosa de la libertad?

Desde su encíclica Fratelli Tutti (2020) hasta su participación en iniciativas como el Rome Call for AI Ethics —impulsado por la Pontificia Academia para la Vida—, el Papa defendió una visión según la cual la IA no es neutra. Su diseño, implementación y uso están atravesados por decisiones morales y estructuras de poder. Por ello, insistió en que no puede equipararse la inteligencia artificial con la inteligencia humana: la primera es una creación técnica, algorítmica, instrumental; la segunda, en cambio, es relacional, moral y consciente de su propia finitud.

Francisco formuló una crítica que, en sentido riguroso, puede calificarse de profética: anticipó el riesgo de que la IA —si no se regula éticamente y se orienta normativamente— devenga en una herramienta de dominio más que de emancipación. Su defensa de una “algor-ética”, basada en los principios de transparencia, responsabilidad y justicia social, no solo interpela al mundo católico, sino a toda comunidad académica, jurídica y política preocupada por el porvenir de la humanidad digital.

En este sentido, el legado de Francisco no fue simplemente teológico, sino también filosófico y jurídico. Logró situar al Vaticano como un actor relevante en los debates del siglo XXI sobre el impacto de las tecnologías emergentes. Su apuesta por un diálogo interdisciplinar entre ciencia y fe, entre razón y espiritualidad, es hoy más necesaria que nunca, cuando los límites entre lo humano y lo artificial se tornan cada vez más difusos.

Conviene recordar que en las grandes encrucijadas históricas, la voz de quienes se atreven a pensar más allá de la inmediatez técnica es la que suele perdurar. La crítica de Francisco a la inteligencia artificial no es un rechazo reaccionario, sino una invitación urgente a recuperar el sentido ético del progreso. En tiempos de hiperinteligencia algorítmica, su palabra nos recuerda que la verdadera inteligencia comienza —y termina— en el respeto a la dignidad de toda persona humana.


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