¿Fin de la universidad crítica? La IA y el nuevo colonialismo cognitivo que amenaza el saber público
🔴 ¿Fin de la universidad crítica? La IA y el nuevo colonialismo cognitivo que amenaza el saber público
Autor:
Santiago Carretero Sánchez, profesor universitario. Universidad Rey Juan Carlos
La
aceleración tecnológica de la última década ha traído consigo un fenómeno tan
revolucionario como inquietante: la penetración masiva de la inteligencia
artificial en todos los ámbitos del conocimiento, incluida —y de manera muy
incisiva— la universidad pública. En el excelente ensayo publicado
recientemente por Huella del Sur bajo el título “La universidad
pública en la encrucijada: colonialidad del saber, capitalismo cognitivo y
extractivismo tecnológico”, que publica
hoy Dario Baldivores, se alerta sobre una realidad que muchos prefieren no
mirar de frente: el peligro cierto de que nuestras instituciones educativas se
conviertan en instrumentos funcionales al capitalismo de plataformas,
sacrificando su papel emancipador en el altar de la eficiencia algorítmica y
ello porque esas plataformas son de cuatro o cinco empresas con sus propios intereses,
es fácil entender el problema.
El artículo
plantea una tesis demoledora: asistimos a una mutación profunda en la
naturaleza misma de la universidad. Esta ya no es un espacio de producción
crítica de conocimiento, sino un nodo subordinado en las redes globales de
valorización digital. La inteligencia artificial, en lugar de ser una
herramienta liberadora, corre el riesgo de convertirse en el catalizador de una
nueva forma de colonialismo: la colonialidad del saber digital. Un
fenómeno en el que los datos producidos en entornos locales y públicos son
extraídos sin retorno significativo para nutrir los algoritmos de corporaciones
privadas transnacionales.
Este proceso
no es metafórico ni meramente teórico. Cada vez que una universidad pública
firma convenios con grandes empresas tecnológicas para “modernizar” sus
sistemas educativos —mediante el uso de plataformas de gestión algorítmica del
aprendizaje, sistemas de vigilancia digital o herramientas de evaluación
automática— está cediendo soberanía epistemológica. La paradoja es brutal:
instituciones financiadas con fondos públicos están cediendo gratuitamente su
caudal de datos, trabajos académicos y hábitos pedagógicos, mientras se les
devuelve una dependencia tecnológica cada vez más aguda.
Desde el
plano jurídico, este fenómeno plantea serias cuestiones sobre la propiedad del
conocimiento generado en la universidad, la protección de los datos personales
de estudiantes y docentes, y la neutralidad de las herramientas empleadas.
¿Quién controla los algoritmos que rigen la docencia universitaria? ¿Bajo qué
condiciones se procesan los datos generados en las plataformas digitales
educativas? ¿Qué responsabilidad tienen los Estados en la defensa del
conocimiento como bien común frente al nuevo extractivismo digital?...es
necesario acudir de nuevo al llamado Humanismo tecnológico.
La categoría
de capitalismo cognitivo adquiere aquí plena relevancia: se trata de una
fase del capitalismo en la que el conocimiento y la información son los nuevos
objetos de acumulación. Pero cuando esa acumulación se basa en la apropiación
del trabajo intelectual universitario, sin contrapartida ni devolución de
soberanía, el daño no es solo económico: es democrático. La universidad pierde
su función crítica y se transforma en correa de transmisión de los intereses
del capital digital.
Por ello,
resulta urgente repensar el papel de la universidad pública en la era de la
inteligencia artificial. Esta no puede ser una institución que se limite a
formar “recursos humanos” para alimentar el mercado tecnológico global. Debe,
por el contrario, constituirse en un bastión de resistencia epistemológica, un
lugar donde se cuestione la lógica del algoritmo, donde se enseñe a
comprenderlo, a auditarlo, y llegado el caso, a rechazarlo de una manera
impuesta y automática, en aras a la formación de ciudadanos libres, preparados
y críticos, máxime en ciencias sociales y jurídicas.
La
inteligencia artificial debe estar al servicio del pensamiento, no al revés. La
universidad no puede ser un espacio de reproducción de patrones invisibles de
dominación digital, sino un laboratorio de creación colectiva, ética y autónoma
del saber.
En
definitiva, el ensayo de Huella del Sur nos confronta con una disyuntiva
histórica: o defendemos activamente la universidad pública como institución
crítica, o la veremos reducirse a una terminal de carga de datos al servicio de
intereses ajenos. La decisión, aunque parezca técnica, es profundamente
política.
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